lunes, 15 de abril de 2013

Epicentro

Yo solía mirarla, me quedaba encantado. Me gustaban cada una de sus facetas: La mujer, la luchadora, la soñadora, la realista, la variable, la que anuncia y luego calla.


Teníamos dieciocho años, conciencia de estar vivos, inconciencia del porvenir y sus consecuencias. En aquella época la morocha iba a sus clases de teatro, porque afirmaba que allí encontraba el fuego que su alma precisaba. Caminaba con la cabeza erguida, su cabello suelto era una bandera...¡ay! si pudiera volver aquella primavera; mi amor, la tarde que decidiste partir a Buenos Aires persiguiendo tu sueño.

Hoy te recuerdo, ya no soy aquel muchacho, las canas y las arrugas han ganado terreno en mí, el paso del tiempo dirás. Tengo presente aquel momento, cuando abordabas el tren en La Banda, lloviznaba, tenías puesto una campera azul, un pañuelo rojo y en tus ojos se dibujaba una mezcla de tristeza y alegría. No nos dijimos nada, salvo el beso que selló nuestra despedida. Llegó el tren, sacaste el boleto de tu bolsillo, te ayudé con el bolso y sonreiste; ahí sí,  dijiste :

-Chau mi amor, no me olvides-

-Nunca voy a olvidarte Negrita-

Le dije, y ella soltó mi mano. La máquina marchaba ya hacia Retiro.


Hoy vivo en Santa María. He tenido noticias tuyas por las revistas, por las películas que proyectan en el Renzi, films que puedo ver cada tanto cuando estoy de visita en la ciudad.Me alegra saber que te va bien, que sos feliz, que tu corazón late en la tempestad del espectáculo.


2 comentarios:

María dijo...

La mayoría de las personas viven un amor que marca sus emociones futuras, no importa en que etapa de la vida ocurra.
Lo curioso es que casi nunca es compartido y se vive en soledad.
Que los dioses te sean propicios escriba.

mauricio gonzález faila dijo...

¡Que los dioses iluminen al escriba!
Un fuerte abrazo y un beso enorme, a la distancia que nos une.