sábado, 20 de julio de 2013

En la tarde

Había estado leyendo el cuaderno. Vi números de teléfono, direcciones, actividades por realizar (ir a la peluquería, al dentista) y notas al margen. Sé que soy una máquina, por lo menos eso me dijo Natalia, y lo acepto, lo entiendo. Ella dijo:

-Vos funcionas mecánicamente amiga-

-Sí, pero así es mejor-Le contesté.


Revisé todo, el dentista era ineludible, la peluquería podía esperar. Hasta las seis de la tarde el tiempo me sobraba.
Recorrí la casa, estaba sola. No estaban mis hijos, no había camas que tender ni ropa por acomodar, porque cada uno ya lo hizo, sin esperar que se los recordara yo. El mayor se marchó a la casa de Lucía, su novia. Los más chicos se repartían entre charlas con amigas la nena y el varón jugando al futbol. Yo seguía recorriendo aquellas cuatro paredes donde mantenía, educaba y era feliz con mis chicos. No existía marido del que soportar hedores y reproches, no estaba y no lo estuvo. Él se debía a su trabajo, nunca tuvo tiempo para reuniones escolares, ni para retirar un boletin.Apenas si les daba un beso en la frente a Martín y Jorgelina, de Valentín, el menor, recordaba el cumpleaños que coincidía con el de su abuelo: 17 de abril. Una fecha más para Víctor, que gozaba de gran prestigio en su oficina y alardeaba de padre ejemplar; pero que en rigor de verdad nunca hizo algo meritorio para llevar tal título. Una vez Martín le espetó:

-No existes para mí. Ella es madre y padre en ésta casa-

Víctor se quedó mudo, luego balbuceó:

-Es que no tengo tiempo, yo los quiero a mi manera. Trabajo para que no falte nada, pero no puedo ir a una reunión porque estoy ocupado. No te faltan consejos, ni a vos ni a tus hermanos, siempre traté de hacer bien las cosas-

-Ya no nos hacen falta los consejos, es tarde querido “papá”- Dijo irónicamente Martín.

Eso bastó para que a la semana iniciáramos los trámites de divorcio. Motivos me sobraban, nada me molestaba tanto como su ausencia, su sombría presencia.
Otra vez miro cada rincón, encuentro las fotos de mis chicos, veo en sus caras y en su alma que han sido unos pichones fuertes, que soportaron las lluvias y los vientos. Ellos son mi fuerza. Pero yo sigo esperando, lo que creí que estaba en mi primer esposo no es todo, es un pobre mortal como yo. Y sueño, y choco en el muro de la realidad. Él y los otros hombres son mortales, con sus virtudes y errores, aunque algunos se empeñan en acentuar uno de los aspectos. En mi caso particular, desde el primer beso hasta el casamiento, hasta cuando compramos la casa y nos establecimos allí, sospeché y confirmé: Víctor, es el animal que muerto da apariencia de estar vivo. No fue un príncipe, por momentos pudo ser aquel sapo. Pero sé que no todos son iguales, no hay quien rescate a la princesa presa en la torre. Cabe sí, la posibilidad de que exista un caballero, ese perfecto desconocido.


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