sábado, 21 de junio de 2014

Pequeña crónica de los días

La vuelta


A las cinco y media de la tarde, José estaba esperando en Amamá el ómnibus. Sentía el peso del día que se iba terminando, apenas si le quedaban fuerzas para levantar el bolso.
Encendió un cigarrillo, pateó unas piedritas, y allá lejos divisó las luces y el cartel con letras rojas que decía  "Santiago del Estero", allí estaba el interno 135; se subió, y el paisaje de gente lo entristeció: las mujeres con sus hijos llorando, los demás pasajeros con sus bolsos. Todos apretados como vacas, pensaba él. La voz ronca del guarda les decía a todos "por favor, corranse para atrás, así el peso del coche se equilibra". La marcha lenta le dio sueño a José, que para disimularlo ponía sus manos en los asientos.
Al llegar a El Cruce, otro ómnibus se detuvo, y allí fueron los pasajeros del 135. José, pisó el barro, se subió al otro ómnibus. Afuera, el cielo gris descargaba toda la furia húmeda. Por fin pudo sentarse, se rindió finalmente al sueño.
Ya al despertarse, las luces de neón dibujaban líneas blancas en el Río Dulce. Ya estaba en la terminal, la contempló como una extraña mezcla de algo antiguo y moderno al mismo tiempo. Una vez en la calle Chacabuco, su sombra se perdía tras los árboles.

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