miércoles, 2 de noviembre de 2011

Nota de Orhan Pamuk


Para quién escribo, la duda de siempre(*)

Por Orhan Pamuk














 El flamante ganador del premio Nobel reflexionó recientemente en The New York Times sobre las sospechas que se suscitan en los países no occidentales cuando la obra de un escritor trasciende las fronteras nacionales y culturales.

NUEVA YORK.- Durante los últimos 30 años -desde que me convertí en escritor-, la pregunta que me han planteado con mayor frecuencia tanto lectores como periodistas es ésta: "¿Para quién escribe usted?". Sus motivos dependen de la época y el lugar, pero todos emplean el mismo tono de voz, suspicaz y desdeñoso.

A mediados de la década de 1970, cuando decidí convertirme en novelista, la pregunta reflejaba la difundida idea filistea de que el arte y la literatura eran lujos en un país no occidental pobre aquejado por problemas premodernos. También incluía la insinuación de que alguien "tan educado y cultivado como usted" podría ser más útil a la nación como médico dedicado a combatir las epidemias o como ingeniero abocado a la construcción de puentes.

En años posteriores, los que me preguntaban: "¿Para quién escribe usted?" estaban más interesados por descubrir qué parte de la sociedad era la que yo esperaba que leyera y disfrutara de mi trabajo. Sabía que esa pregunta era una trampa, porque si no contestaba: "Escribo para los miembros más pobres y oprimidos de la sociedad", me acusarían de proteger los intereses de los terratenientes turcos y de la burguesía. Y esto, a pesar del hecho de que cualquier escritor de buen corazón que fuera tan ingenuo como para afirmar que escribía para los obreros y los campesinos recibía rápidamente la respuesta de que era muy poco probable que sus libros fueran leídos por personas apenas alfabetizadas.

Treinta años más tarde, escucho más que nunca esa misma pregunta. Pero ahora tiene más que ver con el hecho de que mis novelas se traducen a más de cuarenta idiomas.

Durante los últimos diez años, mis cada vez más numerosos interrogadores parecen preocupados de que yo pueda malentender la pregunta, de manera que suelen agregar: "Usted escribe en turco. Entonces, ¿escribe para los turcos, o ahora también piensa en el público más amplio al que llega gracias a las traducciones?". Y la pregunta siempre está acompañada por la misma sonrisa suspicaz y desdeñosa, que me lleva a la conclusión de que, si quiero garantizar la autenticidad de mi obra, debo contestar: "Sólo escribo para los turcos".

Antes de ocuparnos de la pregunta en sí misma, debemos recordar que la aparición de la novela como forma de arte coincidió con la emergencia del Estado-nación. Cuando se escribían las grandes novelas del siglo XIX, el arte de la novela era en todos los sentidos un arte nacional. Balzac, Dickens, Dostoievski y Tolstoi escribían para las clases medias emergentes de sus naciones, que podían abrir los libros y reconocer cada ciudad, cada calle, cada casa, cada habitación y cada silla; podían compartir los mismos gustos y discutir las mismas ideas.

En el siglo XIX, las novelas de esos grandes autores aparecían primero en los suplementos culturales de los periódicos nacionales, pues los autores le estaban hablando a la nación. Para fines del siglo XIX, leer y escribir novelas era participar en una discusión nacional cerrada al exterior.

Pero hoy la escritura de novelas conlleva un significado diferente, al igual que la lectura de novelas literarias. Hoy, los lectores esperan un nuevo libro de García Márquez, Coetzee o Paul Auster de la misma manera que sus predecesores esperaban la nueva novela de Dickens... como si fueran las últimas noticias. El público lector de novelistas como éstos a nivel mundial es mucho más grande que el público al que llegan sus libros en sus países de origen.

Los escritores escriben para su lector ideal, para sus seres queridos, para ellos mismos o para nadie. Todo eso es cierto. Pero también es cierto que los escritores literarios de hoy también escriben para los que los leen. De modo que las preguntas incisivas y las sospechas sobre las verdaderas intenciones de estos escritores reflejan cierta inquietud sobre este nuevo orden cultural que ha logrado existencia durante los pasados treinta años.

La gente a la que este orden le resulta más perturbador son los representantes de las naciones no occidentales y de sus instituciones culturales. Los Estados no occidentales atormentados por las crisis, angustiados por su identidad nacional -y reticentes a enfrentar las zonas negras de su historia- se muestran suspicaces con los novelistas creativos que enfocan la historia y el nacionalismo desde una perspectiva no nacional. Según estos críticos, los novelistas que no escriben para su público nacional están exotizando su país para "consumo externo" e inventando problemas que no tienen una base en la realidad.

Existe una sospecha paralela en Occidente, donde muchos lectores creen que las literaturas locales deben seguir siendo locales, puras y fieles a sus raíces nacionales. Su secreto temor es que un escritor que se dirige a un público internacional y que hace uso de tradiciones externas a su propia cultura termine por perder su autenticidad.

Y porque todos los escritores sienten un profundo deseo de ser auténticos es que todavía me gusta que me pregunten para quién escribo. Pero aunque la autenticidad de un escritor depende de su capacidad de abrir su corazón al mundo en el que vive, también depende de su capacidad de entender su propia posición cambiante dentro de ese mundo. 

Traducción: Mirta Rosenberg


La siguiente nota fué publicada el dia viernes 13 de octubre de 2006, en el diario La Nación.

No hay comentarios: