lunes, 24 de noviembre de 2014

Hambre

Los tiempos de hambruna no sólo retorcían estómagos, también eran un fuerte incentivo a la imaginación que trabajaba tiempo completo en pos de retrasar el final de su andar mediocre.
       Los tres niños esperaban, jugando bajo bajo una mesa deteriorada. Le faltaba coraje para decirles que no comerían de nuevo, y los callos en los pies hablaban claramente de que ya no servia como puta.
      Tenía un retraso de tres meses y la desesperación, que es amante lésbica de la locura, puso en funcionamiento un engranaje oscuro y oxidado.
      Tomó unas agujas de tejer deterioradas y en el baño, sentada en el piso, hizo un trabajo de cirujano experto. Buscó, encontró, trituró.
      Los calambres tardaron media hora en aparecer.
       
     Corrió a la  cocina, buscó la olla y mientras les gritaba como de paso: "La comida estará en unos minutos", regresó para terminar lo que empezó, porque en eso ella era experta.¡ Nunca nada a medias!
          Pujó, se tapó la boca con las manos.
          A horcajadas sobre la olla se agarró de las paredes, hundiendo las uñas y dejando parte de ellas y de los dedos en el concreto, hasta que el paquetito casi amorfo y sanguinolento cayó dentro de la olla, calentito.
      Se acomodó  la ropa lo mejor que pudo y con pequeñas contracciones pero con la satisfacción del deber próximo a cumplir, se dirigió a la cocina, prendió el brasero y procedió a preparar una sopa que seguramente deleitaría los paladares de sus crías.
     A los niños se les hacía agua la boca cuando sentían el olorcito a carne cocida. Por debajo de la pollera de mamá goteaban sangre y coágulos, pero no les importó, no era la primera vez que la veían cocinar ensangrentada.



Éste cuento pertenece al libro "Escorpiones en las tripas" de Diana Beláustegui, escritora santiagueña que escribe dentro del género de terror. Pueden leer más de la autora en el blog que administra : www.elblogdeescarcha.blogspot.com
       

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