lunes, 5 de agosto de 2013

Efecto placebo

Hasta el ser más solitario, de vez en cuando, se ahoga de si mismo y necesita llenar espacios.
De vez en cuando eso le pasaba a ella: se sentía sola; y de vez en cuando, salía en la búsqueda de un compañero transeúnte.
Se cubría los ojos al salir de la osera y cuando éstos se acostumbraban al brillo desbordante de la luna, se aventuraba al espacio abierto en la búsqueda de un macho.
Cuando tras la búsqueda, encontraba, regresaba aliviada con su complemento.
Lo sentaba a su lado y mientras le hablaba de sus dudas existenciales, de los sentimientos de soledad que creía eran sólo proyecciones de su mente al cuerpo y que somatizaban haciéndola sentir vieja y pesada, descargaba frustraciones tocándolo, ambientando el instante para que la síntesis sexual sea no sólo satisfactoria sino también durable. Se embebía en él, tomaba sus manos y las ponía en los lugares exactos, entre ellos: su rostro, entre ellos: el mentón para recoger lágrimas.
Tenía al macho bien cuidado, alimentado y aseado, aproximadamente cinco días, una vez curadas heridas inventadas con el efecto placebo de su compañía, lo llevaba a la vera del camino, rompía las correas y lo veía huir.
La soledad no golpearía sus psiquis en unos cuantos meses más, hasta tanto disfrutaría de ella misma. Entró a su osera y sonriente se abrazó a si misma e inhaló con satisfacción, el aire carente de otros aromas.


Biografia

Diana Beláustegui es una escritora santiagueña. Sus cuentos abordan el género del terror. Los textos pueden leerse en el blog que la autora administra: www.elblogdeescarcha.blogspot.com

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